Premio de Seix Barral a Elena Poniatowska

Los medios informan que la editorial Seix Barral otorgó el Premio Biblioteca Breve a Elenita por su novela Leonora, ficción basada en la biografía de la estupenda pintora Leonora Carrington, quien para fortuna nuestra todavía vive y trabaja.

Elena Poniatowska cuenta ya con muchos premios en su haber. Este premio sólo reconfirma su valoración en el campo de las letras. Aunque yo no soy uno de sus lectores habituales envío una calurosa felicitación por tan merecido galardón, aunque a la cacofonía se una la opacidad de la frase hecha.

¿Quién no recuerda de inmediato su afamada obra La noche de Tlatelolco? Los Testimonios de historia oral, como dice el subtítulo, ha sido lectura obligada para adentrarse en las honduras del movimiento del 1968 y la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, como la bautizó el discurso oficial. En otra ocasión reseñaremos aquí el conflicto autoral que tuvo Poniatowska con Luis González de Alba a propósito de los testimonios insertos en dicha obra.

Hoy quiero transcribir fragmentos de otra obra que rememora parte de la historia de Tlatelolco y del país mismo: los ferrocarriles y los ferrocarrileros.

Como todos sabemos, una porción de los terrenos de los pueblos de Nonoalco y de Tlatelolco fueron adquiridos para levantar allí los patios de maniobras, bodegas y talleres de los ferrocarriles. En esa zona se edificó después la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco, cuyo nombre oficial era o sigue siendo Conjunto Urbano Presidente Adolfo López Mateos. Toda la zona alrededor estuvo habitada por ferrocarrileros y sus familias, exferrocarrileros y migrantes del campo; formaba parte de lo que las autoridades llamaron la “herradura de tugurios”. La historia es harto conocida y está mejor narrada en otros sitios que se ocupan de Tlatelolco. Pero algo sí es evidente: Nonoalco Tlatelolco está unida indisolublemente a la historia de los ferrocarriles.

La obra de E. Poniatowska a la que me refiero se llama “El tren pasa primero”, novela ganadora del Premio Rómulo Gallegos en el 2007, y editada por Alfaguara. He aquí los fragmentos (cierto, sin permiso de la editorial):

 EL TREN PASA PRIMERO

«¿Cómo va mi muchacho?», pasaba el viejo ferrocarrilero don Nicasio a la estación a preguntarle al mayordomo. «Cuídenmelo, cualquier desobediencia, dígamela para que yo lo enderece.» También saludaba a su locomotora. «Cuídenmela, yo la tuve como reina». «También yo la consiento», respondía el nuevo maquinista. Sin embargo, lo que Nicasio veía lo entristecía, los talleres de reparación mal acondicionados, las vías en pésimo estado, el equipo también, las máquinas descompuestas amontonadas en la casa redonda y lo que le contaba su hijo lo calaba hasta la médula de los huesos. «Fíjate que uno de los cabos le dijo al compañero Javier Rizo: “Si quieres, vete, no trabajes, yo te cubro, nomás pásame a una feria”».
Desde temprano, las cantinas, cada vez más numerosas en Nonoalco, se llenaban de jóvenes «cubiertos». «Mira papá, la misma empresa nos empuja». Al maquinista Ventura Murillo lo habían obligado a arrastrar con su máquina veinte carros cargados a toda su capacidad y aunque protestó diciendo que su «Adelita» no soportaría el esfuerzo el jefe le ordenó que saliera, si no lo acusaría de tortuguismo, es decir de ir a paso de tortuga y sabotear no sólo su propio trabajo sino el de sus compañeros. En una pendiente pronunciada, el tren se chorreó y fue a estrellarse contra otro y a don Renato lo procesaron. «¡Gracias a Dios a él no le pasó nada pero su multa fue de diez mil pesos! ¿Te imaginas papá? Diez mil pesos». «Ya no es como antes, don Nicasio, para todo nos acusan de tortuguismo». Nada peor que el tortuguismo, ir a paso lento para retrasar la llegada de la mercancía. «Eso no es cosa de hombres». Dañaba la economía del país, era un atentado en contra de la nación. El viejo ferrocarrilero Nicasio sacudía la cabeza, su hijo vivía tiempos de corrupción sindical que a él lo enfermaban. «¿Acaso se trata de acabar con los ferrocarriles mexicanos?»
—Primero hay que crear la riqueza para poder repartirla —sostenían los partidarios del charrismo.
Entre tanto, el puesto público era una fuente de enriquecimiento personal.
Trinidad vivía en el Hotel Mina y aunque nunca previó lo que le sucedería, a la hora en que todos se recogían en su casa, extrañaba a Sara su mujer, la rutina dominguera, la tardeada en le parque con sus hijos. Clemencia, una compañera robusta y categórica, ofreció lavarle su ropa. «Cuando quieras puedes venir a comer, donde caben siete caben ocho, compañero» y ahora lamentaba haberse negado. Le había calado la soledad.
Claro, tenía a Bárbara, su sobrina, pero ella no le preguntó siquiera cómo se las arreglaba en la ciudad. Tampoco inquiría por su mujer y sus hijos que venían siendo sus primos segundos. ¡Qué muchacha era ésa, educada a la moderna! Trinidad extrañaba los grandes cielos rojos, el calor, la vegetación tupida, los perfumes del cilantro, el del epazote en la olla hirviente de frijoles negros, el de la ropa recién planchada con almidón.
—Vamos a echarnos unas cerbatanas bien helodias para celebrar.
El líder se tomaba una, quizá dos, pero cuando se disponían a la tercera, regresaba a la oficina.
—¡Ya ven como sí respondieron! ¡Ya ven como sí se podía!
Al día siguiente el paro sería de cuatro horas y a medida que pasaran los días aumentaría, al cuarto día sería de ocho horas hasta alcanzar el paro general, todos los trenes detenidos en las vías.
—Yo temía la reacción de las ramas de trenes y alambres porque a ellos la empresa los ha privilegiado, pero también suspendieron labores —Trinidad no cabía en sí de satisfacción.
—Yo conozco al gremio y sé de lo que son capaces —intervino Ventura Murillo —. Sabía que el paro se generalizaría en todo el país.
—Cantar victoria antes de tiempo es de pendejos —sentenció Silvestre Roldán.
Los ferrocarrileros habían adquirido una seguridad nunca antes conocida. ¡Qué alarde de unidad el suyo! La respuesta rebasaba todas las esperanzas.

Fuente: citada arriba.

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